![]() El punto de partida es realmente sencillo y aunque recupere para la posteridad todo el prototípico festín de maldiciones, muertes aterradoras y heroínas en apuros, lo cierto es que Sono nos da un respiro y modifica maliciosamente algunos parámetros del esquema enlazando dos historias paralelas que no tardan en converger. Por un lado, Gunji Yamazaki, el encargado de una morgue, un pobre desgraciado al que interpreta el veterano Ren Osugi, un eterno secundario que podemos encontrar en los créditos de algunos de los títulos más significativos de Takeshi Kitano, Shinya Tsukamoto o Takashi Miike. Desde los primeros minutos, Yamazaki no oculta su más oscuro objeto fetiche: el cabello femenino. Su condición laboral le permite coleccionar las caballeras de víctimas de accidentes, asesinatos y otros crímenes terribles que guarda como si de trofeos se tratase en su mísera vivienda. Sono nos sumerge en la profanación impune de los cuerpos y en el escalofriante museo de muestras de pelo que ostenta orgulloso un tipo cuya única máxima en la vida es hallar la belleza perfecta encarnada en mechones y trenzas sedosas y suaves. Y la hallará, pero como nunca lo hubiese imaginado, en el cabello de una joven víctima del tráfico de órganos que la policía descubre en el interior de un gran container en el puerto. Remitiendo directamente a las sagas de fantasmas que regresan con anhelo de revancha, la chica manifiesta su deseo de venganza a través de unos cabellos que no dejan de crecer con vida propia (¡incluso sangran al ser cortados!) y que se convierten en su brazo ejecutor impasible. Yamazaki, entre la fascinación erótica y las aspiraciones megalómanas, alcanza la posibilidad de materializar su sueño, inundando literalmente el mundo de aquello que considera lo más sublime. Algo similar a lo que pretendía el personaje central del “Tetsuo” de Tsukamoto pero intercambiando el apocalipsis metálico-industrial por un cataclismo capilar. Vesánica premisa ésta, ¿verdad? Pero Sono no podía olvidar su pasión por el drama malsano y morboso, hecho que queda demostrado en la segunda línea argumental del film , la que protagoniza Chiaki Kuriyama, la icónica lolita Go Go Yubari del Kill Bill volumen 1 de Tarantino. Kuriyama asume en la desmedida función el rol de Yuko Mizushima, sufrida aspirante a estilista y peluquera de alto nivel a la que las circunstancias obligan a acoger a su sobrina en el piso que comparte con su amiga Yuki. La pequeña Mami es fruto de un embarazo no deseado que la ha situado en el centro de una espiral de malas tratos y vejaciones psicológicas por parte de una madre incapaz de discernir entre un ser humano y un juguete que utilizar como mero pasatiempo. En dicha situación, Yuko decide hacerse cargo de la niña cuyos sorprendentes comportamientos revelan poco a poco una infancia atroz y carente de afectos. Es sólo cuestión de tiempo que ambas tragedias se crucen en un desenlace infernal. ![]() La otra cara fatalista de la narración viene de la mano de otro retrato de vínculos familiares totalmente quebrados que incluyen algunos de los excesos del compendio de patologías expuesto en Strange Circus, una película que a diferencia de ésta no hacía una sola concesión a los elementos agridulces ni a la mesura, al contrario, era el éxtasis de las más descocadas parafilias imbuidas en un marco de estilo rococó. Ello no impide a Sono incluir en la trama humillaciones, enajenación, sumisión y abortos traumáticos que juegan a la perfección sus bazas junto al desfile de sangrientos y simpáticos FXs. Como mínimo la diversión está garantizada, lo suficiente como para que el jurado del ahora tan popular Fantastic Fest de Austin la premiará por todo lo alto. Aunque esperemos que la venidera Love Exposure sea un nuevo paso en su vena más retorcida y sicalíptica, ésa en la que el pavor y la incorrección moral se funden con la exhibición sadomasoquista de las penurias humanas. Crítica de David López González |
28/11/08
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Publicado por MERZ en 13:58
Etiquetas: cine japonés, Gunji Yamazki, Kill Bill, Ren Osugi, Sion Sono, Strange Circus, Unseeable, Wisit Sasanatieng
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